Especialistas juristas y filósofos , escritores en la Shoá, educación y la democracia junto el artista sefardí Dino del Monte explican el Concepto de Genocidio , cómo fue posible la Shoá y la condición humana y si la educación y la democracia podrían evitar que se reproduzcan una y otra vez en comunidades judías o no.
Joaquín González Ibáñez Alfonso X, Law, Faculty Member | Law+4
Joaquín González Ibáñez es doctor en Derecho (Suma Cum Laude) por la Universidad Complutense de Madrid y profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales de la Universidad Alfonso X el Sabio de Madrid, Universidad de la que ha sido decano de la Facultad de Estudios Sociales y Lenguas Aplicadas, director del Programa de Doble Titulación en Derecho con el Washington College of Law-American University.Es cofundador del Instituto Berg de Derechos Humanos en 2009, y codirector de los Programas Derechos Humanos en el Terreno: Europa en colaboración con la Academia Europea de Otzenhausen y Derechos Humanos en el terreno: Israel-Palestina con la Hebrew University of Jerusalem.
Ha realizado programas de post-grado en Derecho Internacional por la Academia de Derecho Internacional de La Haya, en Protección de los Derechos Humanos del Instituto René Cassin de Derechos Humanos de Estrasburgo y Diploma en Derecho Europeo y de Asuntos Internacionales de la Universidad de Lovaina (KULeuven) en Bélgica. Ha sido profesor visitante en China, Colombia y Estados Unidos. Investigador del European Law Research Center de la Universidad de Harvard 2003-2004 y consultor del P.N.U.D de Naciones Unidas en 2007-2008; en 2008 obtuvo la beca de investigación postdoctoral Fulbright- Schuman, en cuyo programa dirigió un proyecto de investigación sobre “Seguridad, terrorismo y derechos humanos en Estados Unidos y Europa tras el 11 de septiembre; Abu Ghraib”. Su ámbito de trabajo principal se ha enmarcado en la docencia e investigación en la protección de Derechos Humanos, la relación entre terrorismo y educación, programas de asistencia a víctimas de violaciones de Derechos Humanos, Estado de derecho, justicia transicional y postconflicto y el rol del acceso al derecho a la educación en la conformación de sociedades democráticas.
Recientemente ha traducido la autobiografía de Lemkin:
Prólogo a la edición española
El dueño de una sola palabra
Antonio Muñoz Molina ( no confundir con nuestro director Antonio Muñoz Ballesta, aunque en este tema están en perfecta sintonía y ya tendremos alguna ocasión de hablarlo en un próximo encuentro.)
" En uno de sus ensayos Borges especula sobre toda una literatura tan propensa a la concisión que acabara consistiendo no ya en un solo libro y ni siquiera en un solo poema sino en una sola palabra. En otra ocasión dijo que la inmortalidad más deseable para él sería la supervivencia de un solo verso de uno de sus poemas que acabara formando parte del habla común, un solo verso memorable y anónimo, como esos bellos giros poéticos que usamos sin darnos cuenta y que alguna vez fueron inventados por alguien.
Una gloria así, si puede usarse esta palabra, le ha correspondido a Raphael Lemkin. Muy poca gente reconoce su nombre, y son menos aún las personas que saben algo de su vida, pero todos estamos familiarizados con la palabra que él inventó. Lemkin escribió muchísimo a lo largo de su vida, incluidas estas memorias inacabadas que ahora se traducen al español, pero su obra ingente y en gran parte olvidada se resuelve en esa palabra que ahora nos parece tan natural, tan indiscutible, tan inmemorial como cualquier otra, y bastante más necesaria que muchas de ellas, pero que no existiría si él no la hubiera acuñado, y no se habría difundido sin su obstinada militancia, sin su obsesión justiciera que para muchos de los que lo conocieron se parecería a la locura. La mayor parte de las palabras que conocemos y usamos son anónimas, pero esta palabra, genocidio, que por desgracia usamos con mucha frecuencia y vemos casi cada día en los periódicos, tiene un autor y una fecha precisa de invención, y una historia breve que se resiste a quedar confinada al pasado. Raphael Lemkin murió en 1959, pero el legado que sembró inventando esa palabra no ha dejado de acompañarnos desde entonces, muchas veces para mal y unas pocas para bien, porque en algunos casos ha sido la palabra talismán que ha abierto una posibilidad de retribución justiciera para las víctimas de los crímenes más horribles cometidos por la especie humana. Las palabras nombran lo real: lo que existe pero no puede ser nombrado tampoco se puede comprender, y mucho menos prevenir. Desde el principio de los tiempos históricos, es decir, desde que existen colectividades humanas lo bastante bien organizadas para ejercer la violencia a una escala masiva, comunidades enteras han sido pasadas a cuchillo, exterminadas a propósito, «raídas de la tierra», como dice con un terrible verbo agrícola la antigua Biblia castellana. Y no han sido aniquiladas por un proceso de acumulación, por la simple suma de ejecuciones individuales, sino de acuerdo a un proyecto que solo se cumple con la destrucción de una comunidad entera, y a ser posible también con su cultura, sus dioses, sus huellas materiales, su idioma. Los romanos no solo destruyeron la ciudad de Cartago, asesinaron en masa a sus habitantes, incendiaron sus palacios y templos: también araron la tierra sobre la que había existido la ciudad y la sembraron con sal para que nada pudiera vivir nunca en ella.
Como tantas personas activas y entusiastas en la vida adulta, Raphael Lemkin había sido un niño fantasioso y lector. En las novelas que descubrió en la infancia ya encontró los primeros indicios del horror que iba a seguir ocupándolo hasta el fin de su vida. En la persecución contra los cristianos de la novela Quo Vadis vio la prefiguración antigua de hechos espantosos que ocurrían muy cerca de él, y de otros lejanos en los que reconocía una brutalidad idéntica. Los pogromos contra los judíos en los territorios donde vivió de niño, en esa región castigada por las peores formas de barbarie del siglo XX —«Bloodlands», las ha llamado el historiador Timothy Snyder— lo hicieron de antemano sensible a la matanza masiva de la población armenia organizada por el gobierno y el ejército del imperio otomano en 1915. Cuando hay palabras para nombrar las cosas se vuelve mucho más difícil ocultarlas o maquillarlas, o fingir que no han sucedido. En 1915 era muy difícil comprender la escala de lo que estaba sucediendo con la población armenia porque un hecho así era simplemente inconcebible, y también porque no había palabras para describirlo. Aún hoy, la palabra genocidio es ilegal en Turquía, y cuando hace años el gobierno francés decidió usarla oficialmente para referirse a la tragedia armenia estalló un conflicto diplomático. Las palabras han de ser manejadas con cuidado. Las carga el diablo, como las pistolas. Estallan en la cara de quien las merece con la fuerza cruda de la verdad. Y hasta las palabras más claras pueden retorcerse al servicio de la mentira: en círculos de extrema derecha se habla del «genocidio de la raza blanca»; en las zonas delirantes del nacionalismo catalán se usa con toda frivolidad la palabra genocidio.
Que desde muy joven, en la imaginación moral de Raphael Lemkin, se vincularan los pogromos, la persecución romana contra los cristianos, las matanzas de los armenios, es un indicio de otro rasgo suyo fundamental, que es la amplitud de miras. Lemkin era judío, muy consciente sobre todo de la parte humanista del judaísmo, muy sensible a la riqueza cultural y humana del mundo judío campesino y artesano del corazón de Europa, el que alimentó las ficciones de los hermanos Bashevis Singer y las pinturas de Marc Chagall, las fotos muy pronto elegíacas de Roman Vishniac. En estas memorias, las mejores páginas son sin duda las que tratan de la infancia en los shtetl de Galizia y Ucrania, y uno de los personajes más sobrecogedores, mejor retratados, más significativos, es ese panadero aldeano judío que no se da cuenta del peligro que se le está acercando, a él y a su familia, a todos los suyos, con la llegada de los invasores alemanes. En Nueva York, Raphael Lemkin vivió en esa zona del noroeste de Manhattan —el Upper West Side, Morningside Heights— que después de 1945 estuvo poblada por fugitivos y supervivientes judíos: fue vecino, cercano aunque muy pobre, de Hannah Arendt y de T. W. Adorno. Y en su actitud, en su desaliño, en su manera de ir por ahí obsesionado y exigente, de argumentar extenuadoramente sus posiciones invariables, Raphael Lemkin es casi un prototipo del judío neoyorquino de origen centroeuropeo.
Pero nunca se dejó seducir por el sionismo, ni tuvo una visión exclusivista de la destrucción de los judíos de Europa. Muy pronto, antes casi que nadie, se dio cuenta de que el ataque alemán a Polonia y luego la URSS era algo más que una guerra de conquista como cualquier otra de las conocidas antes por el mundo. Lemkin fue uno de aquellos profetas aguafiestas que quisieron advertir a los Aliados, sobre todo a las potencias democráticas, de que la expansión bélica hacia el este de Europa incluía un programa de exterminio de poblaciones humanas a una escala nunca vista. Nadie quería escuchar esas profecías. Lo prioritario era hacer la guerra, y ganarla. Nadie escuchaba a Lemkin ni a las personas que habían venido como él del corazón del horror por un hecho todavía más simple: en los campos de exterminio, en los mataderos humanos de Polonia y de Rusia, estaban sucediendo cosas tan literalmente increíbles que no había manera humana de aceptar su posibilidad.
Faltaban las palabras. Faltaba una palabra. Lemkin se empeñaba en usarla y en difundirla para que así fuera algo menos difícil describir lo inaudito, pero también para prevenir que horrores semejantes pudieran repetirse y quedaran impunes. En el diccionario universal de la infamia, por seguir en la estela de Borges, hacía falta incluir la palabra genocidio. También tenía que encontrarse en los textos legales. ¿Cómo era posible —se había preguntado Lemkin cuando era muy joven— que se castigara el asesinato de una sola persona, pero no el de un millón de personas? ¿Por qué las leyes que han de defender los valores universales de la condición humana tenían que someterse a mezquinas jurisdicciones nacionales? Lemkin fue un activista sin sosiego que recorrió el mundo unas veces huyendo y otras queriendo ejercer su misión, y que en esa búsqueda se dejó prematuramente la salud y la vida y conoció por igual, aunque en grados distintos, el éxito y el fracaso, el entusiasmo y la nunca aceptada capitulación. Sus memorias se quedaron tan interrumpidas como la gran causa a la que dedicó casi cada minuto de su existencia de adulto, pero las unas y la otra, nos parecen más urgentes, más imperiosas todavía por esa condición inacabada. El libro que Lemkin no pudo terminar nos estremece más todavía porque conserva una inmediatez de borrador no corregido, ni limado, y no hay vida que no se parezca más a un borrador que a una obra terminada y perfecta. Y la causa de Lemkin es también la nuestra porque no acabará nunca la tentación humana del despotismo, la búsqueda de chivos expiatorios, la criminalización de comunidades enteras. Tristemente hay muy poco peligro de que la palabra inventada por Raphael Lemkin pueda caer en desuso."
José Sanchez Tortosa : para él la fisofía es un arma de destrucción masiva. Dinamita los mitos de los que las masas se alimentan, que producen identidad, bajo cuyo peso muerto los individuos quedan diluidos. Es guerra contra el relativismo y el dogmatismo. Es defensa contra la confusión del lenguaje común, periodístico, político, contra la fuerza ciega de la masa, pues la masa no puede filosofar. El enemigo es la estupidez, que, como Dios, está en todas partes y en uno mismo. El yo es idiota. Escribo por destruir.
Ubicación Madrid, España
Introducción: el pensamiento es rebeldía, el conocimiento es libertad
Intereses: Lo inútil, lo bello, lo sublime, o dicho de otro modo, reír, disfrutar, pensar
Películas favoritas: casablanca, los 3 padrinos, muerte entre las flores, el hombre que mató a liberty valance, primera plana, manhattan, una noche en la ópera, desmadre a la americana, the blues brothers, apocalypse now, big fish
Música favorita: mozart, bach, sinatra, veloso, auserón, the police
Libros favoritos: el quijote, el buscón, luces de bohemia, rayuela, todo borges, la eneida, la divina comedia, los buddenbrock de thomas mann, la ética de spinoza, las flores del mal, una temporada en el infierno, en busca del tiempo perdido, dublineses, viaje al confín de la noche, el libro del desasosiego, las aventuras de sherlock holmes, el retrato de dorian gray, la esclava instruida, trópico de cáncer, el hombre que fue jueves, de acuerdo, jeeves, las particulas elementales y la Posibilidad de una isla, de houellebecq, esta última dedicada a Antonio Muñoz Ballesta, no confudir con Antonio Muñoz Molina, que también tendremos ocasión de dialogar en un próximo encuentro.
Santiago Trancón Pérez
Nació en el municipio leonés de Valderas en 1947. Es doctor en Filología Hispánica, premio extraordinario de tesis doctorales por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) en 2006 por su tesis Texto y presentación: Aproximación a una teoría crítica del teatro, publicada con el título de Teoría del Teatro. Ha sido profesor de Lengua y Literatura Española en Barcelona y Madrid y de Dramaturgia en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid. Además, entre 1984 y 1988 fue director general de Promoción Cultural de Castilla y León. Durante 20 años profesor en el IES Calderón de la Barca de Madrid. También ha sido crítico teatral en Diario 16 y El Mundo y ha escrito cientos de artículos en revistas como El Viejo Topo, Ajoblanco, Diwan, Primer Acto, Cuadernos Hispanoamericanos, Signa, Epos: Revista de filología, etc. También ha intervenido en programas de televisión como La clave, Negro sobre blanco, Cultura con Ñ y Las Noches Blancas.[1] Columnista de periódicos como Diario de León, La Nueva Crónica de León, Aurora Israel y, eventualmente, El País y Libertad Digital.
Fue el redactor y firmante del Manifiesto de los 2.300, que reivindicaba la igualdad de derechos lingüísticos en Cataluña, defendiendo el uso de las dos lenguas oficiales, el catalán y el español, sin imposición de una lengua sobre otra.[2]
Especialista en el estudio del pasado judeoconverso y la influencia judía en la cultura y la literatura española, su análisis de las huellas judías en el Quijote fundamenta una interpretación original de muchos pasajes del texto cervantino.
Es impulsor, junto a Antonio Robles Almeida, del Centro Izquierda Nacional (CINC),[3] partido que pasó a denominarse dCIDE (Centro Izquierda De España).[4]
Selección de obras publicadas:[1]
De la naturaleza del olvido, Colección Provincia (1989). ISBN 84-87081-09-6
En un viejo país, Huerga y Fierro Editores (1996). ISBN 9788489678712
Teoría del teatro, Editorial Fundamentos (2006). ISBN 9788424510626
Castañuela 70. Esto era España, señores; Rama Lama (2006). ISBN 9788493430740
Desvelos de la luz, Huerga y Fierro Editores (2008). ISBN 9788483746929
Memorias de un judío sefardí: La verdadera historia de Dan Kofler, Infova (2011). ISBN 9788493126469
Huellas judías y leonesas en el Quijote: redescubrir a Cervantes, Punto Rojo Libros (2014). ISBN 8416068232
Dino del Monte Dino del Monte es un músico (también pintor) israelí nacido en Rumania e intérprete de cymbalom (un salterio del este de Europa), con el que ha colaborado con muchos artistas del flamenco y grabado discos propios basados en la tradición musical sefardí.
Antonio Muñoz Ballesta
jurista y filósofo( autor de “ El realismo liberal “ y del “Numen comercial “ y de la Filosofía ESTROMÁTICA en obras como los ensayos publicados en editorial Academia del Hispanismo 2019 y 2020 “ ¿ Cómo estudiar la literatura desde la Ciencia y la Filosofía? “ y “ Hacia una interpretación de la literatura a través de las ciencias” ...
; presidente de la Asoc Cult. Encuentros Humanidades y Filosofía que desde 2002 realiza actos culturales en la región de Murcia y Cartagena y desde 2018 concede y otorga cada año el “Premio Cervantes de Filosofía “ , miembro de la Escuela Hispánica de Estudios Literarios , poeta , hinji y actor en la película “La possibilté d’une île “de Michel Houellebecq “.
( Los EHF y la EHEL propusieron en 2019 y pretenden que se haga una escultura a Cervantes en Cartagena y se añadan tres tercetos más del “Viaje del Parnaso “ a los que ya existen en la plaza del ayuntamiento de Cartagena y se corrija “ singular “ por “ sin igual “.)
La última aportación como jurista de Antonio Muñoz Ballesta es el nuevo concepto jurídico del BIOCIDIO, por analogía del concepto del genocídio:
EL BIOCIDIO , UNA NUEVA PALABRA Y CONCEPTO JURÍDICO NECESARIO PARA EVITAR LA DESTRUCCIÓN DE LA VIDA EN NUESTRO PLANETA.