Presentación: Francisco Torres Monreal, Antonio Muñoz Ballesta, Antonio G. Soler y Fulgencio Martínez.
En el año 2003 nos acompañó en los Encuentros de Humanidades y Filosofía el gran dramaturgo , escritor y pensador español residente en Paris desde hace más de 50 años. La conferencia fue tan importante que tuvo varios presentadores ( Francisco Torres Monreal , Antonio G. Soler, Fulgencio Martínez y Antonio M. Ballesta ) y entre el numeroso público se encontraban ajedrecistas , pintores , poetas y escritores como Michel Houellebecq con nuestro petit chien Clément. Después de la charla estuvimos varios días de encuentros en los que terminamos por conceder los premios Wittgenstein para Arrabal y Schopenhauer para Michel Houellebecq que decidimos entregar en Murcia.
Fernando Arrabal me sorprendió por primera vez cuando leí su Teatro pánico. Entonces me
hizo planear en el desierto como ave dormida. Arrabal me sorprendió de nuevo cuando siendo
yo un joven atolondrado y poco impresionable, en la mitad de los años 90 del pasado siglo,
respondió a una carta que le envié con una hermosa postal-collage donde me saludaba y me invitaba a leer su ensayo Un esclavo llamado Cervantes, entonces recién publicado. De inmediato lo compré y lo devoré, en sus páginas se realizaba un retrato de Cervantes al hilo de una defensa de la libertad bajo cualquier forma y condición. Reconozco que el ensayo biográfico me sorprendió. Pasmo que se repitió cuando me propuso reeditarlo en Libros del Innombrable veinte años más tarde.
Auspiciado por el asombro me adentré en la lectura de sus novelas. Algunas me atraparon por su estructura, tal fue el caso de La torre herida por el rayo (ganadora del Premio Nadal y del Nabokov de novela en 1982), otras lo hicieron por sus visiones, como sucedió con El entierro de la sardina. A partir de las novelas mencionadas me adentré en su narrativa con títulos como La virgen roja, El mono, Arrabal celebrando la ceremonia de la confusión, Baal Babilonia, etc.
En mi primera concurrencia en persona con Arrabal lo acompañé, junto con Antonio Fernández Molina, a una improvisada rueda de prensa donde habló de lo divino y de lo más divino. Me sorprendieron sus continuas referencias a la física cuántica, las matemáticas fractales y al entonces reciente fenómeno de las «vacas locas». Esa misma tarde aplaudí en una conferencia que él dictaba. El público quedó asombrado por su intervención, en especial cuando se refirió a una tesis aparecida en la universidad de la Sorbona que señalaba a Lenin como redactor del primer manifiesto dadaísta. Durante la cena posterior asombró a los comensales con un parlamento extraordinario que por si solo valía más que muchos de los libros que he leído en mi vida y en el que resumía, desde sus vivencias personales, los grandes movimientos artísticos y científicos del pasado siglo. Y más allá.
Aunque supe de Arrabal por su obra como dramaturgo cuando presencié la puesta de largo de su Teatro Completo (en esos momentos de finales de la década de los 90) me sorprendió que fueran dos volúmenes de más de dos mil páginas cada uno.
Me sorprendí con una fotografía de Arrabal al abrir el libro Fame, de Andy Warhol.
En Salamanca compré su Carta a Stalin, uno de sus libros de género epistolar, en el que Arrabal me sorprendió al revelar que el dictador fue un sacerdote y poeta frustrado. Cuando leí su Carta al general Franco me sorprendieron sus últimas palabras: «¿Hasta cuándo España tendrá que morder el brazo amigo para sufrir en silencio? Sin rencor».
Cuando como si nada hubiese ocurrido relató que coincidió con John Lennon y Yoko Ono en Cannes, y que esta última le mostró su obra, entonces reciente, que consistía en un ajedrez con todas las piezas blancas, me sorprendí.
Cuando tuve ocasión de leer sus andanzas con Jodorowsky y Jim Morrison en México me sorprendí.
Me sorprendió y me emociono el artículo que dedicó a su amigo Roland Topor cuando este se «ocultó».
Tras una conferencia sobre su obra en Ciudad Rodrigo Arrabal me solicitó, para mi sorpresa, que ordenara una edición de su poesía reunida. Se publicó bajo el título Credo quia confusum.
A menudo, me escriben amigos o conocidos para decirme que la lectura de este o aquel libro de Arrabal les ha sorprendido por su perspicacia, agudeza, sinceridad, modernidad, clarividencia… Algunos días en la calle un peatón me invita a deponer mi caminata, me agarra del brazo y me dice al oído: «Le escribí a Arrabal para preguntarle por eso o por aquello ¡y me respondió!». A veces he asistido a sus estrenos y actos con personas que jamás lo habían tratado y que, tras pasar algunos horas en su compañía, llegado el momento de la despedida, para mi sorpresa, se emocionan como si dijeran adiós a un amigo de la infancia.
Me sorprende Arrabal cada vez que me envía un nuevo libro porque cada año se me antoja más joven que el anterior. Bucea en cuestiones de la tecnología y del mundo contemporáneo que a mí ya se me hacen insoportables y desconocidas.
Arrabal sorprende porque siempre es mucho más de lo que esperan sus devotos o sus detractores.
En el principio de los tiempos cayó en mis manos un texto sobre Arrabal escrito por su pareja, la admirable y siempre certera profesora y poeta Luce Moreau, donde leí: «Su obra refleja esa ambigüedad fundamental donde la imaginación aparentemente más desaforada se compagina de la forma más natural con un rigor absolutamente matemático, afinado por una práctica constante del juego del ajedrez». El artículo llevaba por título: «Me desconcertará siempre…».
Milos Forman confesó que le obsesionaba la película de Arrabal ¡Viva la muerte!. Milan Kundera describió a Arrabal como «un hombre que juega». Houellebecq lo invitó a intervenir como actor en una película, que él mismo dirigió, inspirada en su novela La posibilidad de una isla, en la que, para mi sorpresa, participé como asistente de Arrabal.
Me sorprendió el vídeo en el que imponía a Louise Bourgeois la insignia de la orden de Grande Gidouille del Colegio de Patafísica de París.
Me sorprendió la exposición de sus libros de bibliofilia en Cuenca, el año pasado, en el sello Menú que dirige Juan Carlos Valera.
Me sorprende Arrabal en sus correos electrónicos y en sus terceras de ABC.
En el estreno de su pieza teatral Pingüinas por fin escuché las palabras que siempre quise oír: «No vinimos al mundo ni para ser más ricas, ni más influyentes, ni más famosas, sino para confortarnos y confortar con palabras de poesía, de libertad, de tolerancia, de ciencia y de amor». En esa declaración anida el verdadero y más íntimo rostro de Arrabal.
Raúl Herrero
21 de diciembre de 2020
En el Hotel Plaza de Nueva York, Arrabal hizo la primera parte del cuadro o icono para nuestra asociación cultural, esa primera parte esta llena de colores y palabras. Seguidamente nos citó en la casa-taller de Louise Bourgeois en el mitico barrio de Chelsea. Nosotros siguiendo los pasos de Arrabal nos encontramos en las escaleras de la casa-taller. Esperamos en el salón a que Louise Bourgeois, terminar una obra en su sotano y subiera a saludarnos. Entonces nuestro presidente Antonio Muñoz Ballesta, por iniciativa propia y sorpresa de Juan Carlos Valera, se levanto y dió la mano educamente a Louise Bourgeois, y le pidió por favor si era tan generosa de completar el icono o cuadro de la asociación cultural de los Encuentros de Humanidades y Filosofía, defendiendo la filosofía, a lo cual muy generosa accedió dibujando la palabra filosofía y firmando de su puño y letra. Entonces le pregunté si para ella existia Dios a lo que ella contestó "Dios existe y además nos ama".
Presentación: Francisco Torres Monreal, Antonio Muñoz Ballesta, César Cobos.
En esta ocasión nos habló de la genialidad de la pintura del Greco y de la personalidad tambíen genial de Cervantes.
Al terminar la conferencia, se ofreció una cena con la gastronomia de Totana, en un mitico restaurante de Totana, en la zona de los Huertos.